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jueves, 30 de julio de 2009

Noche flamenca en Moreruela de los infanzones







Fuente: La Opinión de Zamora (30.07.09)


Tierra del Pan


Moreruela de los infanzones llama a los duendes

José Méndez, Antonio Peña Carpio, Sandra Rincón, María del Carmen Herrera, Antonio Higuero


FERMÍN DE VEGA PARRA

Quema el suelo el radiante sol con sus fulgores. Paños de ocre suavidad resquebrajada sus campos. La tarde, leve manto de paz purificadora, da entrada a la noche de sombra inspiradora con los finísimos hilos áureos en el recuerdo de los sueños venidos de la noche del pasado año.

Moreruela, plantada en la llanura que bordea la loma, sencilla, acogedora, hospitalaria, cuando el tiempo se apaga y la arena nos deja los pies en el vacío, celebra su cuarta Noche Flamenca –hoy a las 22.30 horas– invocando a los duendes.

Los duendes, esos seres misteriosos que se dejan sentir, que nadie ha visto ni verá; pero que, al igual que las meigas, haberlos haylos. Los duendes, como el primer contacto del recién nacido con su madre, son una consubstancialidad con el flamenco. El flamenco sin duendes es río caudaloso sin agua, fragante flor sin aroma: sin delirio ni arrebato.

Pero estos seres míticos son caprichosos, exigentes, mimosos. Si el artista flamenco no los invoca desde lo más íntimo de su ser y el que escucha no lo hace con fervorosa devoción, no aparecen, pues son temerosos. Revuelan, andan por el éter esperando la llamada, mas les gusta estar a ras de suelo, en la intimidad próxima, en el «cuarto» con los «cabales» o los «cayos reales».

Las alturas no les van, por eso no suben a los escenarios ni andan entre las masas. Marcan el flamenco de antes, de comunicación vivencial y el actual, de gentío, de comunicación comercial.El flamenco ya no es como era, ha tenido que sobrevivir adaptándose. No ha tenido más remedio que plegarse a los tiempos y globalizarse.

No decimos que sea mejor ni peor que el de antes, gustos hay para todos los colores. Es distinto, sin duendes.Posiblemente, al elogiar el flamenco primitivo estemos elogiando la melancolía de los tiempos pasados, muy propia, por otra parte, de la vejez.

La Noche Flamenca de Moreruela en plena calle, con luces, y sombras y penumbras esfumadas entre sus casas labriegas, museos de aperos de labranza, evocadora de patio o de plazuela, crea un ambiente fantasmagórico para motivarse los flamencos hasta introyectarse en lo más íntimo, actuando con la cabeza y el corazón de modo que la ensoñación se enseñoree de la pasión y el dramatismo.

Con José Méndez –cante–, Antonio Peña Carpio «el Tolo» –cante–, Sandra Rincón –cante–, Mª del Carmen Herrera Gil –baile– y Antonio Higuero –guitarra– nos disponemos a celebrar esta noche flamenca como si asistiéramos a ese momento de éxtasis en el que la gracia del arte, o lo que es lo mismo, el duende, la chispa, el donaire; gracia sin cuerpo, con alas de mariposa, imperceptible, efímera y «tan dable a pocos», que dijera Rafael Alberti de Miguel de Molina, se representase, en palabras de A. Damasio, en emociones en el teatro de nuestro cuerpo y en sentimientos en el teatro de nuestras mentes.

Estos jóvenes jerezanos tienen voz y, aunque se dice que los jóvenes sólo tienen voz, no han caído en el pecado de la soberbia sino en la virtud de la humildad para aprovechada y aprender de los viejos. Saben que el cante es un toro bravísimo, que el cantaor, como el torero, tiene que hacerlo pasar por donde él quiere, sacando la voz de los siglos de los redaños con el riesgo de rasgarse la aorta, de sufrir la cornada y, en ese riesgo, si todo se alcanza, se alteran los biorritmos y se produce la locura. Locura que hoy pocos consiguen porque la rabia primitiva y la tragedia se ha hecho comodidad y halago.Locura que es posible esta noche en Moreruela con José Méndez: Al escribir tu nombre, inevitablemente sonaron en mi mente «Maldigo tus ojos negros»..., esos tientos cantados con aire de zambra por Francisca Méndez Garrido «la Paquera», tu tía, inmortalizados por esa forma honda, manteniendo las esencias más flamencas con esos quejidos atávicos hermoseados con un lamento tristísimo cuyo dramatismo adornaba con las filigranas melismáticas de su voz.

La familiaridad y el estar inmerso en el cogollo del flamenco han sido fundamentales en José, tanto, que es depositario de la fuerza, el desgarro sonoro, la frescura, características expresivas de ese estilo soberano.Antonio Peña Carpio «el Tolo»: Como en José, el haber nacido en el seno de una familia flamenca le ha impreso ese carácter de raíces profundas. Dicen de él que tiene duende porque sus sonidos son negros o, quizá, sus sonidos son negros porque tiene duende. El eco de su voz suena a voz antigua, añoranza de misterios. No la desaprovecha, la cultiva, la entrena para, dentro de la más pura ortodoxia, ser un joven cantaor con sabor a rancio. Cómo meces el cante con semitonos en delicioso acunamiento.

Sandra Rincón: Pasea todos los días con M. Torre, don Antonio Chacón y «la Paquera», y para hacer más sustanciosos los paseos canta con ellos en un intento de efusiva unión con esa voz de brillante diversidad melódica con la que mezcla los quejidos con la melodía musical. María del Carmen Herrera Gil: Eres como una espiga dorada cimbreada por el viento con las raíces en la Tierra del Pan. El Duero, meandro en tu cintura, te está mirando. Tú espumas el agua en albicelestes nubes entre las que tus manos dibujan con las guirnaldas de tus dedos surrealistas duelos y quebrantos con la luz de las estrellas. Trasmites emociones y sentimientos ancestrales esculpidos con la gracia de tu cuerpo hecha arte sobre las tablas en sugestiva expresión corporal.

Antonio Higuero: Técnica ajustada y maestría se aúnan en la guitarra de A. Higuero. Hace fácil lo difícil. Sabe cómo tiene que tocarle a cada cantaor y bailaor porque cada uno tiene su ritmo y, por consiguiente no se le puede tocar a todos de la misma manera. Empatiza, se mete en el cerebro emocional del que canta o baila para sentir la exaltación o el enternecimiento en el mismo momento en que los vive la bailaora o el cantaor.

Llegó el momento de la efusión de sentimientos en la serenidad de la noche, cuando el relente nos trae olores humedecidos de rastrojeras y pajonales: el toque clásico, exquisito, preciso, medido, con los tiempos justos, haciendo los cuadres a tiempo despierta el sentimiento lírico de la copla en el pecho del cantaor que ulula con desgarradora y conmovedora voz para que se establezca esa comunicación entre la armonía musical, los quejidos rotos y las pinceladas del cuerpo.





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